Para Nuestros Amigos y Nuestras Amigas en El Salvador y mas
Transmitir la forma y el
sentir de la clínica I Care es difícil porque el proceso lo experimentan muchas
personas. Por lo tanto; muchos lo viven de una manera diferente.
No todos los que contribuyen
hacen el viaje. Tenemos estudiantes voluntarios de las escuelas secundarias de
Morris, Illinois y Paso Robles, California, que lavan y limpian con mucha dedicación
cada par de lentes recibidos de los socios y amigos de I Care y del Club de Leones,
y luego evalúan cada par de lentes utilizando un equipo conocido como
lenteómetro. Una vez que se determina la
prescripción exacta para cada ojo se escribe la prescripción en una etiqueta y
se coloca en una bolsa de plástico en la que se guardan los lentes.
Algunos de esos voluntarios de
la escuela secundaria son “Dreamers” o "Soñadores", y otros son
inmigrantes de primera generación de Centro América. Tienen como propósito ayudar a I Care, este
propósito va más allá de completar las horas de voluntariado requeridas por su
escuela. Lo hacen más con el deseo de ayudar y colaborar a los más necesitados
y no lo ven como una obligación.
Tanto los que donan lentes
como los que los evalúan confían en que sus esfuerzos se verán recompensados
cuando los lentes que procesaron sean sacados de una bolsa por un voluntario de
I Care en una clínica de Centro América; y éstos sean entregados a una persona
que carezca de medios para obtener los suyos por medios propios. Llevamos a cabo estas clínicas anuales para
preservar esa confianza de nuestros contribuyentes y colaboradores y hacer de
esta labor un movimiento que mejore la vida de cada persona que recibe un par de
lentes.
Los voluntarios clasifican los
lentes con función bifocal y de visión única los cuales son almacenados en
diferentes bolsas. Además, las prescripciones para las personas con problemas
de miopía, los hipermétropes, corrección de astigmatismo y toda una gama de
necesidades correctivas son almacenadas de igual manera en bolsas con etiquetas
diferentes con el fin de crear un amplio catálogo de los lentes que se
utilizarán en el sitio de la clínica. A lo largo de los años, los optometristas
que contribuyen con I Care han determinado el tipo y la gama de prescripciones
que probablemente se necesitarán. Los
anteojos se clasifican por tipo y luego se coloca un amplio surtido de recetas
en fundas de cartón en orden ascendente desde las recetas más débiles a las más
fuertes. Esto se convierte en la reserva
de la cual las necesidades de prescripción de los individuos se ajustan a los
lentes disponibles.
Hasta 6,000 lentes donados
pueden ser trasladados en bolsas de lona negra especiales para su protección
hasta el destino donde las consultas se llevarán a cabo. Todos estos lentes son
llevados por voluntarios de I Care que pagan su propio viaje, alojamiento y
comida mientras realizan las tareas necesarias para llevar a cabo dicha labor. Esos voluntarios son las personas que
nuestros pacientes ven, pero representan a otros que tal vez nunca viajen a una
clínica pero que son indispensables para la realización y el éxito de la
clínica I Care.
La causa más importante de la
mala visión en el mundo no es el glaucoma, ni las cataratas, ni las
enfermedades de la retina, ni otras enfermedades del ojo. La mayor causa de la mala visión es la falta
de lentes correctivos. En eso es lo que
nos esforzamos por proporcionar, una mejor visión a aquellos cuyos problemas
oculares se pueden mejorar mediante el uso de lentes.
Ciertamente, I Care no crea ni
planifica estas clínicas de los Estados Unidos sin un análisis previo. Antes de nosotros proceder, necesitamos
asegurarnos de que la gente de la comunidad a la que pretendemos servir
extienda una invitación formal, proporcione contactos locales, seguridad,
reclute voluntarios locales y haga el trabajo duro de la selección del sitio y
la logística. Cuando llegamos al lugar de destino necesitamos ayuda para pasar
nuestro equipo por la aduana, transporte, comida, y más detalles de los que
cualquiera de nosotros entiende completamente.
En esta ocasión tuvimos la suerte y el agrado de encontrar la
cooperación que necesitábamos en los miembros activos del Club Rotario en San
Miguel. Sin ellos, la clínica nunca
hubiera existido. No podemos
agradecerles lo suficiente. Ellos nos brindaron todo su apoyo incondicional
desde el primer día. Nos hicieron sentir en casa porque no solo fue un viaje de
trabajo también tuvimos la oportunidad de conocer de cerca la cultura
salvadoreña y disfrutar de algunos lugares turísticos. Tuvimos el agrado de
conocer y trabajar de la mano de salvadoreños que nos brindaron todo su apoyo y
colaboración.
Veintisiete voluntarios de los
Estados Unidos, una voluntaria de La Peñita de México y dos de la Ciudad de
México viajaron a El Salvador para unirse a nuestros anfitriones salvadoreños
en la organización de esta clínica de cuatro días. Trabajaron en seis estaciones de la clínica. Las cuales se explicarán a continuación
brevemente.
Inscripción: Nuestros
hispanohablantes más fluidos conversan con cada paciente para determinar la
información demográfica y personal básica para obtener un informe de las
dificultades visuales. Lo registran en
una hoja de ingreso que viaja con el paciente a través de la clínica.
Enfermería: Debido a que la
presión arterial alta y la diabetes están tan estrechamente correlacionadas con
los problemas de visión, e información vital para nuestros optometristas,
referimos a los posibles candidatos a una estación donde las enfermeras toman
la presión arterial y determinan los niveles de azúcar en la sangre.
Agudeza
visual: Los voluntarios se paran junto a los gráficos de ojos en una pared apuntando
a líneas descendentes cada vez más pequeñas de símbolos indicándoles a los
pacientes los símbolos que tienen que ver.
A tres metros de distancia, los voluntarios se sitúan a la par de los
pacientes con portapapeles en mano para escuchar sus respuestas y registrar el
alcance de su éxito; 20-20, 20-40, también se les pregunta si pueden ver los
dedos de los voluntarios a tres metros de distancia, sea cual sea el resultado,
para cada ojo. Hacen esto hora tras
hora, día tras día, para todas y cada una de las personas que entran en la
clínica.
Refractores
automáticos: dos voluntarios operan las máquinas más caras del viaje, refractores
automáticos portátiles que miden la forma en que cada ojo se dobla o actúa y
recibe la luz. Esto les da a los
oftalmólogos un poderoso indicador del tipo de prescripción que probablemente
se necesita para mejorar la visión del paciente.
Doctores(as): tuvimos seis
optometristas en nuestro viaje, más dos estudiantes de optometría de último año
de la Universidad de Missouri St. Louis.
Eso es una gran ayuda voluntaria por parte de dichos profesionales. Por primera vez en la historia de la
organización toda la ayuda profesional fue de optometristas y estudiantes
mujeres. Trabajando bien todos juntos
hicieron que el funcionamiento de la clínica fuera muy fluido a pesar del alto
volumen de pacientes. Los médicos
evalúan la salud de los ojos de cada paciente, diagnostican las enfermedades de
los ojos si las hay y proporcionan consultas y remisiones si es posible, y
determinan la prescripción necesaria para los lentes si las hay. No todo el mundo necesita lentes, pero todo el
mundo merece un buen examen de la vista.
Muchos obtienen el primero de ambos en nuestras clínicas.
Dispensadores: Dos tipos de
voluntarios trabajan en los dispensadores, recolectores y ajustadores. Los recolectores buscan las existencias de
lentes y seleccionan los que más se aproximen a la receta que el oftalmólogo ha
escrito. Una vez localizados, pasan los
anteojos a los ajustadores que se los colocan al paciente, determinan si los
anteojos funcionan bien para ellos y luego los ajustan para que tengan un
ajuste cómodo. No todas las recetas
funcionan siempre. Los ajustadores están
en el final del proceso. Se aseguran de
que el proceso funcione para aquellos que cuentan con una visión mejorada.
Juntos servimos y ayudamos a
1,707 pacientes en cuatro días, un promedio de 427 al día. Eso es mucho trabajo. Pero todas mis observaciones hasta ahora son
desde la perspectiva de los voluntarios de la clínica. Lo que falta es la perspectiva de los
salvadoreños a los que servimos y vivieron la experiencia desde otro punto de
vista.
No puedo hablar por ellos. Mi
trabajo fue de ajustador con un español limitado, pero tuve la oportunidad de
hablar con muchos de los que recibieron los lentes. Quiero contarles las historias de dos de
ellos, con la esperanza de transmitir la esencia de la clínica El Tránsito de I
Care.
En una tarde calurosa en una
ruidosa clínica llena de gente tuve la oportunidad de conocer a Alma, una niña
de 9 años de un cantón cerca de El Tránsito.
Vino a la clínica el primer día, el domingo, con un hermoso vestido. Estaba acompañada por su madre, quien me
explicó que la maestra de Alma le sugirió que viera a un oftalmólogo. Alma era muy tímida. Su madre me explicó que no estaba segura de
querer venir, y aún más insegura sobre el uso de lentes.
Miré la receta que la doctora
había escrito, y los lentes que el recolector había elegido. Alma requería visión única. Esos están diseñados para pacientes con
miopía, lo que conocemos como visión cercana.
Su prescripción era una esfera de -2.50.
La visión cercana de Alma probablemente estaba bien, pero le costaba ver
las cosas de lejos. Su maestra pudo
haber notado esto cuando Alma intentaba ver lo que estaba escrito en la
pizarra.
Esa es una versión moderada
del tipo de visión que tengo. Personalmente
puedo decir que conseguí mis primeros lentes a su edad, también a
regañadientes. Pero después de darme
cuenta de lo bien que podía ver con ellos no quise quitármelos.
Los recolectores habían
encontrado un bonito par de lentes pequeños, con marcos de plástico marrones
por fuera y rosados por dentro.
«Alma, ¿has usado lentes antes?»
Lo dije en español sabiendo la
respuesta, pero queriendo entablar una conversación.
Alma: No. Nunca.
Es la respuesta más frecuente
a esa pregunta cada vez, cada año que hago el viaje.
«Bueno, estos lentes deberían ayudarte a ver las cosas mucho mejor a
distancia. Apuesto a que puedes leer
bien, ¿no es así? ¿Ves claramente las
palabras de un libro?»
Alma asintió con la
cabeza. Su madre respondió por ella,
orgullosamente.
«Alma es una buena lectora. Lee
mucho. No es un problema».
«Bien. Dime, ¿qué pasa cuando miras a través de estos?»
Desplegué los lentes y se los
puse sobre las orejas. Acomodándoselos
bien.
«Ahora, mira allá.» (Ahora mira hacia otro lado.)
Señalé al otro lado de la
clínica.
Alma miró a la multitud para
ver a la gente que se encontraba en la clínica esperando su turno. Vi que su mirada se dirigía a unas palomas que
se encontraban en el techo de la alcaldía de El Tránsito (la cual esos días
sirvieron de clínica). La observé de
cerca. Una pequeña sonrisa se dibujó en
su rostro mientras miraba al otro lado de la clínica.
¿Cómo los sientes? ¿Puedes ver
claramente?
Sabía la respuesta por su
sonrisa, pero quería que me lo dijera.
«Sí». Muy Claro. Exclamó Alma con mucho entusiasmo.
Alma se volvió hacia su madre
y le dedicó una sonrisa aún más grande.
Su madre parecía aliviada y alegre por el buen resultado.
Me aprendí algunas
indicaciones en español acerca del uso de los lentes que son las siguientes:
usar los lentes todos los días, poniéndotelos cuando te levantas y quitártelos
sólo cuando te duermes. Le aconsejé que
no los necesitará para leer y que si era más cómodo se los quitara mientras
leía.
Les advertí a ella y a su mamá
que los lentes eran de plástico y se rasgaban fácilmente. Deberían ser limpiados con agua y jabón y
sólo con un paño suave. Le di uno de
los paños de microfibra donados por un buen colaborador para que lo distribuyéramos.
Su madre lo guardó en su cartera.
Antes de que se fueran, le
pregunté a su madre si estaba bien darle a Alma un pequeño regalo. Fui a la mesa donde guardamos las
herramientas de ajuste y seleccioné algo para Alma de una caja.
Sostuve un dispensador de dulces
en forma de un animalito frente a ella.
En su parte superior estaba la cabeza de un conejo blanco.
«Mira Alma. Es un conejo.» Le dije.
Incliné la cabeza del conejo
hacia atrás y un dulce fue empujado hacia adelante por el dispensador.
Es comestible, Alma. Le dije.
Y ella sonrió más que antes,
muy alegre.
A veces nos preocupa que
nuestros anfitriones y colaboradores no se tomen en serio la tarea de promover
una clínica en su comunidad. En este
caso el Club Rotario de San Miguel se unió a la alcaldía de El Tránsito para
promover a través de los medios de comunicación las fechas y el horario en que
se llevarían a cabo las consultas. Este
enfoque no siempre ha funcionado en el pasado.
Esta vez sí. Fue la primera vez
que trabajamos con este Club Rotario, nuestra primera vez en El Salvador. Fue una experiencia muy gratificante porque
pudimos observar el buen trabajo que realizó el Club Rotario de San Miguel en
conjunto con la alcaldía de El Tránsito. La buena difusión de la información y
el trabajo en conjunto se vio reflejado en el gran número de pacientes que
llegaban a diario a la clínica.
La clínica era una locura. Cada día antes de que llegáramos, para
mantener a los pacientes en espera en la sombra, nuestros anfitriones llenaban
el lugar con gente en espera. Era muy
difícil caminar entre la multitud.
Pedimos a nuestros anfitriones que crearan pasillos a través de las
filas de sillas para que nosotros, y los pacientes que cruzaban a la siguiente
estación de la clínica, pudiéramos atravesar el recinto. La clínica era una novedad en la ciudad. Atrajo a muchos vendedores locales los cuales
cargaban sus mercancías sobre sus cabezas.
En el interior de la clínica,
el constante bullicio de la multitud junto con un sistema de megafonía
amplificado y una colaboradora de la alcaldía de El Tránsito con un micrófono
que hablaba con una voz aguda para dar indicaciones a los pacientes hacia muy
difícil de escucharnos los unos con los otros.
Debíamos inclinarnos cerca de los pacientes para poder escuchar sus
respuestas.
A menudo les preguntaba a las
personas que recibían los lentes cuánto tiempo habían esperado. Algunos decían haber estado allí más de cuatro
horas. No hay manera de comprobarlo,
pero ellos esperaban tranquilos su turno.
Los niños y los ancianos eran acompañados por miembros de sus familias
para ayudarlos a movilizarse por las diferentes etapas del proceso.
Los colaboradores locales que
dirigían la multitud tenían cuidado de dar prioridad a los minusválidos, los
más ancianos y los que estaban en silla de ruedas. Me impresionó la paciencia y la amabilidad
que se mostraron unos a otros, y a nosotros.
Quería devolverlo. Creo que cada
voluntario de I Care compartía el deseo de corresponder a la bienvenida que nos
daban nuestros anfitriones y reflejar la amabilidad que sentíamos de las
personas a las que servíamos.
Cuando los ajustadores se retrasaban
en la entrega de los lentes debido al gran número de personas en nuestra sala de
espera, los recolectores llegaban para ayudarnos. Mi esposa es recolectora pero no sabe mucho
español como le gustaría. Una de las
buenas jóvenes voluntarias salvadoreñas, Carolina Navarro, fue su traductora.
Carolina gritó el nombre de
una mujer y una anciana fue llevada al frente por su nieta. Caminaba con un
bastón. Colleen (mi esposa) miró más de
cerca su hoja de ingreso y vio que la mujer tenía 97 años. Se llamaba Victoria.
«Nunca hubiera imaginado que fuera tan mayor», dijo Colleen más tarde. «Era tan atractiva.
Y ansiosa por conseguir sus lentes.»
«¿Alguna vez has
usado lentes, Victoria?» Carolina tradujo las palabras de Colleen al
español.
«Nunca.» Dijo, Victoria.
«Nunca ha usado», explicó Carolina
a Colleen.
«Bueno, pruébese estos.» Dijo Colleen.
Colleen desplegó un par de
lentes bifocales e intentó ponérselos a la señora, pero, Victoria, extendió la
mano rápidamente y se los puso por sí sola.
Hacemos suposiciones sobre los
ancianos. Colleen asumió que necesitaba y quería los bifocales fuertes principalmente
para la lectura.
«Carolina, pregúntale cómo se ven las letras en este periódico.» Dijo Colleen.
Colleen le entregó a Victoria,
de 97 años, una página de periódico. Victoria
la apartó y respondió, alegremente...
«No sé leer.»
«¿Qué dijo, Carolina?» Preguntó Colleen.
«Dice que no sabe leer.» Dijo carolina.
La anciana se enderezó en la
silla y miró lentamente por toda la clínica.
Sonriendo, miró a Carolina y a mi esposa.
«Pregúntale qué ve Carolina.»
Dijo Colleen.
«¿Qué ve Victoria?» Preguntó
Carolina a la señora.
«La veo, y es hermosa.» Dijo
Victoria.
«¿Qué dijo ella?» Preguntó
Colleen.
«Ella dijo que la ve a usted,
y que usted es hermosa.»
Y en muchos sentidos, nosotros
los norteamericanos que hicimos el viaje a El Salvador también abrimos los ojos
a un nuevo mundo. Un nuevo mundo que nos mostró que con mucho esfuerzo y
trabajo en grupo se pueden lograr grandes cosas y crear un impacto positivo en
la vida de los demás. Comprendiendo de esta manera que la esencia del ser
humano está en el ayudar a los más necesitados.