Monday, April 13, 2020

Viendo El Mundo de Una Nueva Manera

Para Nuestros Amigos y Nuestras Amigas en El Salvador y mas




Transmitir la forma y el sentir de la clínica I Care es difícil porque el proceso lo experimentan muchas personas. Por lo tanto; muchos lo viven de una manera diferente.

No todos los que contribuyen hacen el viaje. Tenemos estudiantes voluntarios de las escuelas secundarias de Morris, Illinois y Paso Robles, California, que lavan y limpian con mucha dedicación cada par de lentes recibidos de los socios y amigos de I Care y del Club de Leones, y luego evalúan cada par de lentes utilizando un equipo conocido como lenteómetro.  Una vez que se determina la prescripción exacta para cada ojo se escribe la prescripción en una etiqueta y se coloca en una bolsa de plástico en la que se guardan los lentes.

Algunos de esos voluntarios de la escuela secundaria son “Dreamers” o "Soñadores", y otros son inmigrantes de primera generación de Centro América.  Tienen como propósito ayudar a I Care, este propósito va más allá de completar las horas de voluntariado requeridas por su escuela. Lo hacen más con el deseo de ayudar y colaborar a los más necesitados y no lo ven como una obligación.

Tanto los que donan lentes como los que los evalúan confían en que sus esfuerzos se verán recompensados cuando los lentes que procesaron sean sacados de una bolsa por un voluntario de I Care en una clínica de Centro América; y éstos sean entregados a una persona que carezca de medios para obtener los suyos por medios propios.  Llevamos a cabo estas clínicas anuales para preservar esa confianza de nuestros contribuyentes y colaboradores y hacer de esta labor un movimiento que mejore la vida de cada persona que recibe un par de lentes.

Los voluntarios clasifican los lentes con función bifocal y de visión única los cuales son almacenados en diferentes bolsas. Además, las prescripciones para las personas con problemas de miopía, los hipermétropes, corrección de astigmatismo y toda una gama de necesidades correctivas son almacenadas de igual manera en bolsas con etiquetas diferentes con el fin de crear un amplio catálogo de los lentes que se utilizarán en el sitio de la clínica. A lo largo de los años, los optometristas que contribuyen con I Care han determinado el tipo y la gama de prescripciones que probablemente se necesitarán.   Los anteojos se clasifican por tipo y luego se coloca un amplio surtido de recetas en fundas de cartón en orden ascendente desde las recetas más débiles a las más fuertes.  Esto se convierte en la reserva de la cual las necesidades de prescripción de los individuos se ajustan a los lentes disponibles.

Hasta 6,000 lentes donados pueden ser trasladados en bolsas de lona negra especiales para su protección hasta el destino donde las consultas se llevarán a cabo. Todos estos lentes son llevados por voluntarios de I Care que pagan su propio viaje, alojamiento y comida mientras realizan las tareas necesarias para llevar a cabo dicha labor.  Esos voluntarios son las personas que nuestros pacientes ven, pero representan a otros que tal vez nunca viajen a una clínica pero que son indispensables para la realización y el éxito de la clínica I Care.

La causa más importante de la mala visión en el mundo no es el glaucoma, ni las cataratas, ni las enfermedades de la retina, ni otras enfermedades del ojo.  La mayor causa de la mala visión es la falta de lentes correctivos.  En eso es lo que nos esforzamos por proporcionar, una mejor visión a aquellos cuyos problemas oculares se pueden mejorar mediante el uso de lentes.

Ciertamente, I Care no crea ni planifica estas clínicas de los Estados Unidos sin un análisis previo.  Antes de nosotros proceder, necesitamos asegurarnos de que la gente de la comunidad a la que pretendemos servir extienda una invitación formal, proporcione contactos locales, seguridad, reclute voluntarios locales y haga el trabajo duro de la selección del sitio y la logística. Cuando llegamos al lugar de destino necesitamos ayuda para pasar nuestro equipo por la aduana, transporte, comida, y más detalles de los que cualquiera de nosotros entiende completamente.  En esta ocasión tuvimos la suerte y el agrado de encontrar la cooperación que necesitábamos en los miembros activos del Club Rotario en San Miguel.  Sin ellos, la clínica nunca hubiera existido.  No podemos agradecerles lo suficiente. Ellos nos brindaron todo su apoyo incondicional desde el primer día. Nos hicieron sentir en casa porque no solo fue un viaje de trabajo también tuvimos la oportunidad de conocer de cerca la cultura salvadoreña y disfrutar de algunos lugares turísticos. Tuvimos el agrado de conocer y trabajar de la mano de salvadoreños que nos brindaron todo su apoyo y colaboración.

Veintisiete voluntarios de los Estados Unidos, una voluntaria de La Peñita de México y dos de la Ciudad de México viajaron a El Salvador para unirse a nuestros anfitriones salvadoreños en la organización de esta clínica de cuatro días.  Trabajaron en seis estaciones de la clínica.  Las cuales se explicarán a continuación brevemente.

Inscripción: Nuestros hispanohablantes más fluidos conversan con cada paciente para determinar la información demográfica y personal básica para obtener un informe de las dificultades visuales.  Lo registran en una hoja de ingreso que viaja con el paciente a través de la clínica.

Enfermería: Debido a que la presión arterial alta y la diabetes están tan estrechamente correlacionadas con los problemas de visión, e información vital para nuestros optometristas, referimos a los posibles candidatos a una estación donde las enfermeras toman la presión arterial y determinan los niveles de azúcar en la sangre.

Agudeza visual: Los voluntarios se paran junto a los gráficos de ojos en una pared apuntando a líneas descendentes cada vez más pequeñas de símbolos indicándoles a los pacientes los símbolos que tienen que ver.  A tres metros de distancia, los voluntarios se sitúan a la par de los pacientes con portapapeles en mano para escuchar sus respuestas y registrar el alcance de su éxito; 20-20, 20-40, también se les pregunta si pueden ver los dedos de los voluntarios a tres metros de distancia, sea cual sea el resultado, para cada ojo.  Hacen esto hora tras hora, día tras día, para todas y cada una de las personas que entran en la clínica.

Refractores automáticos: dos voluntarios operan las máquinas más caras del viaje, refractores automáticos portátiles que miden la forma en que cada ojo se dobla o actúa y recibe la luz.  Esto les da a los oftalmólogos un poderoso indicador del tipo de prescripción que probablemente se necesita para mejorar la visión del paciente.

Doctores(as): tuvimos seis optometristas en nuestro viaje, más dos estudiantes de optometría de último año de la Universidad de Missouri St. Louis.  Eso es una gran ayuda voluntaria por parte de dichos profesionales.  Por primera vez en la historia de la organización toda la ayuda profesional fue de optometristas y estudiantes mujeres.  Trabajando bien todos juntos hicieron que el funcionamiento de la clínica fuera muy fluido a pesar del alto volumen de pacientes.  Los médicos evalúan la salud de los ojos de cada paciente, diagnostican las enfermedades de los ojos si las hay y proporcionan consultas y remisiones si es posible, y determinan la prescripción necesaria para los lentes si las hay.  No todo el mundo necesita lentes, pero todo el mundo merece un buen examen de la vista.  Muchos obtienen el primero de ambos en nuestras clínicas.

Dispensadores: Dos tipos de voluntarios trabajan en los dispensadores, recolectores y ajustadores.  Los recolectores buscan las existencias de lentes y seleccionan los que más se aproximen a la receta que el oftalmólogo ha escrito.  Una vez localizados, pasan los anteojos a los ajustadores que se los colocan al paciente, determinan si los anteojos funcionan bien para ellos y luego los ajustan para que tengan un ajuste cómodo.  No todas las recetas funcionan siempre.  Los ajustadores están en el final del proceso.  Se aseguran de que el proceso funcione para aquellos que cuentan con una visión mejorada. 

Juntos servimos y ayudamos a 1,707 pacientes en cuatro días, un promedio de 427 al día.   Eso es mucho trabajo.  Pero todas mis observaciones hasta ahora son desde la perspectiva de los voluntarios de la clínica.  Lo que falta es la perspectiva de los salvadoreños a los que servimos y vivieron la experiencia desde otro punto de vista.

No puedo hablar por ellos. Mi trabajo fue de ajustador con un español limitado, pero tuve la oportunidad de hablar con muchos de los que recibieron los lentes.  Quiero contarles las historias de dos de ellos, con la esperanza de transmitir la esencia de la clínica El Tránsito de I Care.

En una tarde calurosa en una ruidosa clínica llena de gente tuve la oportunidad de conocer a Alma, una niña de 9 años de un cantón cerca de El Tránsito.  Vino a la clínica el primer día, el domingo, con un hermoso vestido.  Estaba acompañada por su madre, quien me explicó que la maestra de Alma le sugirió que viera a un oftalmólogo.  Alma era muy tímida.  Su madre me explicó que no estaba segura de querer venir, y aún más insegura sobre el uso de lentes.

Miré la receta que la doctora había escrito, y los lentes que el recolector había elegido.  Alma requería visión única.  Esos están diseñados para pacientes con miopía, lo que conocemos como visión cercana.  Su prescripción era una esfera de -2.50.  La visión cercana de Alma probablemente estaba bien, pero le costaba ver las cosas de lejos.  Su maestra pudo haber notado esto cuando Alma intentaba ver lo que estaba escrito en la pizarra.

Esa es una versión moderada del tipo de visión que tengo.  Personalmente puedo decir que conseguí mis primeros lentes a su edad, también a regañadientes.  Pero después de darme cuenta de lo bien que podía ver con ellos no quise quitármelos.       

Los recolectores habían encontrado un bonito par de lentes pequeños, con marcos de plástico marrones por fuera y rosados por dentro.

«Alma, ¿has usado lentes antes?»

Lo dije en español sabiendo la respuesta, pero queriendo entablar una conversación.

Alma: No. Nunca.

Es la respuesta más frecuente a esa pregunta cada vez, cada año que hago el viaje.

«Bueno, estos lentes deberían ayudarte a ver las cosas mucho mejor a distancia.  Apuesto a que puedes leer bien, ¿no es así?  ¿Ves claramente las palabras de un libro?»

Alma asintió con la cabeza.  Su madre respondió por ella, orgullosamente.

«Alma es una buena lectora.  Lee mucho.  No es un problema».

«Bien. Dime, ¿qué pasa cuando miras a través de estos?»

Desplegué los lentes y se los puse sobre las orejas.  Acomodándoselos bien.

«Ahora, mira allá.»   (Ahora mira hacia otro lado.)

Señalé al otro lado de la clínica.

Alma miró a la multitud para ver a la gente que se encontraba en la clínica esperando su turno.  Vi que su mirada se dirigía a unas palomas que se encontraban en el techo de la alcaldía de El Tránsito (la cual esos días sirvieron de clínica).  La observé de cerca.  Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro mientras miraba al otro lado de la clínica.

¿Cómo los sientes? ¿Puedes ver claramente?

Sabía la respuesta por su sonrisa, pero quería que me lo dijera.

«».  Muy Claro.  Exclamó Alma con mucho entusiasmo.

Alma se volvió hacia su madre y le dedicó una sonrisa aún más grande.  Su madre parecía aliviada y alegre por el buen resultado.

Me aprendí algunas indicaciones en español acerca del uso de los lentes que son las siguientes: usar los lentes todos los días, poniéndotelos cuando te levantas y quitártelos sólo cuando te duermes.  Le aconsejé que no los necesitará para leer y que si era más cómodo se los quitara mientras leía.

Les advertí a ella y a su mamá que los lentes eran de plástico y se rasgaban fácilmente.  Deberían ser limpiados con agua y jabón y sólo con un paño suave.   Le di uno de los paños de microfibra donados por un buen colaborador para que lo distribuyéramos.  Su madre lo guardó en su cartera.

Antes de que se fueran, le pregunté a su madre si estaba bien darle a Alma un pequeño regalo.  Fui a la mesa donde guardamos las herramientas de ajuste y seleccioné algo para Alma de una caja.

Sostuve un dispensador de dulces en forma de un animalito frente a ella.  En su parte superior estaba la cabeza de un conejo blanco.

«Mira Alma.  Es un conejo.» Le dije.

Incliné la cabeza del conejo hacia atrás y un dulce fue empujado hacia adelante por el dispensador.

Es comestible, Alma. Le dije.

Y ella sonrió más que antes, muy alegre.



Estoy bastante seguro de que la clínica I Care fue de mucha ayuda para Alma.  Pudo corregir su visión desde una temprana edad, lo que marcará la diferencia en cómo ve el mundo conforme vaya creciendo.  Con un poco de suerte, ella y su madre se darán cuenta de la importancia del uso de lentes y encontrarán la manera de reemplazarlos a medida que Alma crezca.  La miopía no es una condición que desaparece.  Pero se corrige fácilmente.  Alguien donó esos lentes a I Care.  Otros hicieron el trabajo necesario para proporcionar un buen examen de la vista y hacer que esos lentes estén disponibles para beneficiar a Alma.  Tuve la suerte de ver ese beneficio de primera mano.

A veces nos preocupa que nuestros anfitriones y colaboradores no se tomen en serio la tarea de promover una clínica en su comunidad.  En este caso el Club Rotario de San Miguel se unió a la alcaldía de El Tránsito para promover a través de los medios de comunicación las fechas y el horario en que se llevarían a cabo las consultas.  Este enfoque no siempre ha funcionado en el pasado.  Esta vez sí.  Fue la primera vez que trabajamos con este Club Rotario, nuestra primera vez en El Salvador.  Fue una experiencia muy gratificante porque pudimos observar el buen trabajo que realizó el Club Rotario de San Miguel en conjunto con la alcaldía de El Tránsito. La buena difusión de la información y el trabajo en conjunto se vio reflejado en el gran número de pacientes que llegaban a diario a la clínica.



La clínica era una locura.  Cada día antes de que llegáramos, para mantener a los pacientes en espera en la sombra, nuestros anfitriones llenaban el lugar con gente en espera.  Era muy difícil caminar entre la multitud.  Pedimos a nuestros anfitriones que crearan pasillos a través de las filas de sillas para que nosotros, y los pacientes que cruzaban a la siguiente estación de la clínica, pudiéramos atravesar el recinto.  La clínica era una novedad en la ciudad.  Atrajo a muchos vendedores locales los cuales cargaban sus mercancías sobre sus cabezas.


En el interior de la clínica, el constante bullicio de la multitud junto con un sistema de megafonía amplificado y una colaboradora de la alcaldía de El Tránsito con un micrófono que hablaba con una voz aguda para dar indicaciones a los pacientes hacia muy difícil de escucharnos los unos con los otros.  Debíamos inclinarnos cerca de los pacientes para poder escuchar sus respuestas.

A menudo les preguntaba a las personas que recibían los lentes cuánto tiempo habían esperado.  Algunos decían haber estado allí más de cuatro horas.  No hay manera de comprobarlo, pero ellos esperaban tranquilos su turno.  Los niños y los ancianos eran acompañados por miembros de sus familias para ayudarlos a movilizarse por las diferentes etapas del proceso.

Los colaboradores locales que dirigían la multitud tenían cuidado de dar prioridad a los minusválidos, los más ancianos y los que estaban en silla de ruedas.  Me impresionó la paciencia y la amabilidad que se mostraron unos a otros, y a nosotros.  Quería devolverlo.  Creo que cada voluntario de I Care compartía el deseo de corresponder a la bienvenida que nos daban nuestros anfitriones y reflejar la amabilidad que sentíamos de las personas a las que servíamos.

Cuando los ajustadores se retrasaban en la entrega de los lentes debido al gran número de personas en nuestra sala de espera, los recolectores llegaban para ayudarnos.  Mi esposa es recolectora pero no sabe mucho español como le gustaría.  Una de las buenas jóvenes voluntarias salvadoreñas, Carolina Navarro, fue su traductora.

Carolina gritó el nombre de una mujer y una anciana fue llevada al frente por su nieta. Caminaba con un bastón.  Colleen (mi esposa) miró más de cerca su hoja de ingreso y vio que la mujer tenía 97 años.  Se llamaba Victoria.

«Nunca hubiera imaginado que fuera tan mayor», dijo Colleen más tarde.  «Era tan atractiva.  Y ansiosa por conseguir sus lentes.»

 «¿Alguna vez has usado lentes, Victoria?»  Carolina tradujo las palabras de Colleen al español.

«Nunca.» Dijo, Victoria.

«Nunca ha usado», explicó Carolina a Colleen.

«Bueno, pruébese estos.» Dijo Colleen.

Colleen desplegó un par de lentes bifocales e intentó ponérselos a la señora, pero, Victoria, extendió la mano rápidamente y se los puso por sí sola.

Hacemos suposiciones sobre los ancianos. Colleen asumió que necesitaba y quería los bifocales fuertes principalmente para la lectura.

«Carolina, pregúntale cómo se ven las letras en este periódico.» Dijo Colleen.

Colleen le entregó a Victoria, de 97 años, una página de periódico.  Victoria la apartó y respondió, alegremente...

«No sé leer.»

«¿Qué dijo, Carolina?» Preguntó Colleen.

«Dice que no sabe leer.» Dijo carolina.

La anciana se enderezó en la silla y miró lentamente por toda la clínica.  Sonriendo, miró a Carolina y a mi esposa.

«Pregúntale qué ve Carolina.» Dijo Colleen.

«¿Qué ve Victoria?» Preguntó Carolina a la señora.

«La veo, y es hermosa.» Dijo Victoria.

«¿Qué dijo ella?» Preguntó Colleen.

«Ella dijo que la ve a usted, y que usted es hermosa.»


Cuando mi esposa escuchó las palabras de Victoria gracias a la traducción de Carolina, se le llenaron los ojos de lágrimas.  Si no captas la emoción envuelta en llevar una mejor visión a aquellos que nunca la han experimentado, te pierdes el impacto que I Care tiene en la gente fuera de nuestras fronteras.  Al igual que Alma, la niña de nueve años a la que pudimos ayudar, Victoria acababa de recibir su primer par de lentes y con ellos una nueva visión del mundo que la rodeaba.

Y en muchos sentidos, nosotros los norteamericanos que hicimos el viaje a El Salvador también abrimos los ojos a un nuevo mundo. Un nuevo mundo que nos mostró que con mucho esfuerzo y trabajo en grupo se pueden lograr grandes cosas y crear un impacto positivo en la vida de los demás. Comprendiendo de esta manera que la esencia del ser humano está en el ayudar a los más necesitados.



traduccion proporcionada por Carolina Navarro y Eduardo Santos


Wednesday, April 8, 2020

Hello in There



I spent Monday, March 30th believing John Prine was dying from the virus, or had died and his  family had not yet released the news.  Catastrophic thinking, I know.  There’s a lot of that going around.  I got very emotional here in the shack.  Sometimes my emotions surprise me.  The first emotion was profound sorrow.  Very soon it turned to anger.  Here’s what I thought.

If this pandemic takes John Prine from us before he has written all the songs he’s imagined, in that wonderfully creative brain of his, I don’t know what I’ll do.  If anyone deserves to keep living until he’s ready to go it’s him.  I’ll be damned if he is going to be stolen away by some random soulless infection.  We share something.  That’s why I’m sure he’s not ready to go.  Because I know I’m not ready.”


I first heard John Prine in 1973.  I was a first year English teacher in Ottawa living alone in an apartment above a garage.  I entertained myself and others by playing albums like the Yes Fragile, Edgar Winter’s They Only Come Out at Night,”and Led Zepplin IV very loudly on a turntable through giant speakers.  It was a way to avoid stacks of freshman essays on a table in the other room that needed to be read and graded.

Tom Fatten, a first-year music teacher who was leading a great jazz band at OHS, made a quick assessment of my musical situation and suggested I broaden my playlist.

“Hell McClure, you’re an English major.  I mean, head banging is fine, but turn the volume down and soak up some poetry with your music.  Listen to John Prine.  You are going to love his lyrics.”

I took his advice and bought his first album, simply named John Prine.  On the cover sat a twenty-four year old man with a moustache on a bale of straw.  Kris Kristofferson wrote a blurb for the back of the album cover.  Steve Goodman played guitar and sang harmony on a few tracks.

But it was the wit, insight, and tenderness of Prine’s lyrics that made that piece of vinyl a hit.  And in all fairness Leo LeBlanc, the pedal steel player, helped too.  I still have the album, along with his most recent album and several in between.

On the back of that first album, Kristofferson writes about meeting Prine for the first time.  Kristofferson had played a Chicago tour stop where he shared the billing with Steve Goodman.  After the show Goodman convinced Kristofferson he had to hear this new guy.  They ended up in Old Town.

It was late. Kristofferson and his band had to leave town early the next morning, but they made their way to a club that was closing, probably the Earl of Oldtown.  The owner, Earl Pionke, would have unlocked the door and most likely made them drinks.

The streets were empty.  Inside the bar the chairs were up on the tables.  Kristofferson said they pulled chairs down and were sitting in front of the stage, just a raised platform really in the center of the room on the south wall.  There was an awkward moment, while John unpacked his guitar, where everyone knew it was like “Okay kid, show us what you got.”   

John Prine stood there, looked down at his guitar, and just started singing.

Kristofferson wrote this about that night;  “…by the end of the first line we knew we were hearing something else.  It must’ve been like stumbling onto Dylan when he busted onto the Village scene. …One of those rare times when it all seems worth it….”

“He sang about a dozen songs and had to do a dozen more before it was over.  Unlike anything I’d heard before.  Sam Stone, Donald & Lydia.  The one about the Old Folks.  Twenty-four years old and writes like he’s two hundred and twenty.  I don’t know where he comes from, but I’ve got a good idea where he’s going.”  

Where he was going was the place Bob Dylan, Kris Kristofferson and Steve Goodman had already entered, music stardom. 

By the time I saw John Prine in concert he wasn’t playing many small clubs.  I saw him at a big venue on Navy Pier in the 80’s.  But he remained a humble guy, a plain talker with a wry sense of humor, writing simple songs that went straight to your heart. 

John grew up in Maywood and worked as a postal carrier out of high school.  He said walking his mail route was good for thinking up songs.  He was drafted into the army and luckily sent to Germany. When his tour was over, he came back to Chicago.   

My friends Ken Brown and Sharon Loudon lived in Chicago in the 70’s and were lucky enough to hear John Prine play live at the Earl of Old Town.  They sat at a table up close, probably in the same spot where Kris Kristofferson heard him.  Prine performed right in front of them, singing songs that were recorded on that first album.

The song about the old folks Kris Kristofferson mentions is Hello in There.  It’s a story put to music with a short cast of characters: an old man who narrates the tale and remains nameless, his wife Loretta, their kids John and Linda in Omaha, Joe (somewhere on the road), a deceased son Davy, and his friend Rudy. 

Prine tells the story in three stanzas with a chorus that repeats twice.  212 words is all.  His spare acoustic guitar accompanies the lyrics, along with an organ and electric guitar on the studio version.  But that night in the empty bar it would have been just he and his acoustic guitar, unamplified, playing and singing quietly to a few people.

He sets the scene and then adds lines that stab listeners with an awareness of the emotion the narrator carries in his heart.  We feel what he feels.  Here’s how Prine, though the narrator, sums up grief and resignation over the death of his son.  One fact, two short phrases. 

We lost Davy in the Korean War,

And I still don’t know what for,

Don’t matter anymore.

The old couple’s relationship with their surviving children is captured in eight words.

              A life of their own left us alone

To help us understand their life together, the old man reveals this about he and his wife.

              Me and Loretta, we don’t talk much more

              She sits and stares through the back door screen

              And all the news just repeats itself

              Like some forgotten dream that we’ve both seen

He considers calling up his friend Rudy but doesn’t, fearing this exchange:

              But what could I say if he asks “What’s new?”

              “Nothing, what’s with you?  Nothing much to do.”

The chorus compares the effect aging has on people versus the world around them. 

Ya know that old trees just grow stronger

And old rivers grow wilder ev’ry day

But old people just grow lonesome

Waiting for someone to say, “Hello in There, hello.”

The song ends with a plea.  It’s John Prine speaking directly to us.  At least it feels that way. 

              So if you’re walkin down the street sometime

              And see some hollow ancient eyes

              Please don’t just pass ‘em by and stare

              As if you didn’t care, say “Hello in There, hello. “

Not many young singer songwriters wrote songs about the crippling loneliness of old people in 1971.  The late sixties and early seventies were all about youth, drugs, sex, and rock and roll.  But John Prine thought of other things and got his listeners to think of them too. 

I’ve had people tell me that they cry every time they hear that song.  I don’t cry anymore, but 47 years later I now know something of what that old man felt.  For John Prine to imagine those feelings and express them so well as a young man in his early twenties reveals his gift.  You can hear it by clicking this link.

Hello in There

But the song that spoke to me most directly on that album was Far From Me.  Unlike Hello in There told through a narrator, Far From Me is a first person narrative. 

Like most of Prine’s songs, it’s simple.  A guy picks up his girlfriend at a diner and has a realization.  The way he describes that moment made me his fan forever.

Here are the complete lyrics.  Nothing I write can improve on the these 282 words.

As the café was closing on a warm summer night

And Cathy was cleaning the spoons

The radio played

The hit parade

And I hummed along with the tune.

She asked me to change the station

Said the song just drove her insane

But it weren’t just the music playing

It was me she was trying to blame.

(Chorus)

And the sky is dark and still now

On the hill where the angels sing

Ain’t it funny how an old broken bottle

Looks just like a diamond ring

But its far, far from me



Well I leaned on my left leg

In the parking lot dirt

And Cathy was closing the lights

A June bug flew

From the warmth he once knew

And I wished for once I weren’t right

Why we used to laugh together

And we’d dance to any old song

Well ya know, she still laughs with me

But she waits just a second too long

(Repeat Chorus)

Well I started the engine

And I gave it some gas

And Cathy was closing her purse

Well, we hadn’t gone far

In my beat up old car

And I was prepared for the worst

“Will you still see me tomorrow?”

“No, I got too much to do.”

Well a question ain’t really a question

If you know the answer too.

(Repeat Chorus)

Far From Me (Live)

I was twenty-two and alone in my apartment above the garage the first time I heard Far from Me.  My mind raced back to a spring night five years earlier.  I was in the driver’s seat of a ‘63 Ford Galaxie when I realized the person I loved, sitting next to me, no longer loved me. 

Everyone has had their heart broken right?  I think so.  But few talk about it.  Fewer yet sort out what happened, write it down, and share it so others can relive and perhaps understand their own experience. And of those that do, none have done it better than John Prine.

I don’t remember the words that girl spoke when I first knew, in my beat up old car, she no longer loved me.  But when I heard John Prine sing the lyrics of Far From Me, I felt the pain wash over me like it had just happened.

I was convinced John Prine not only knew how I felt but felt exactly the same thing.  I knew because in Far From Me he put what I felt into words. His ability to express both my joy and despair through his songs makes me feel very close to him.  It makes no sense really, but I’m afraid when he goes, some part of me will go with him.   When it does it will truly be a time for tears.

And now that time is here-April 8, 2020.  Thank you, John Prine, for all you gave me.